Entrevista a Marisol Salanova: cuando el feminismo no es una cuestión de sobacos peludos

Podría intentar presentar yo mismo a Marisol Salanova, hablando de quién es y qué hace y de por qué mola tanto, pero la verdad es que prefiero remitirme a la versión oficial, en aras de no liarme debido a la ingente cantidad de movidas en las que participa. Estudió filosofía, está metida en el arte, da conferencias muy the place to be y, entre infinidad de otros trabajos y ponencias, escribió Postpornografia en Sigueleyendo. SL, por fortuna, también acogió en su momento la merca de On Fire, que escribí junto a Joe Kelso. Pero esto hoy no es lo que importa, porque este blog tiene el privilegio de presentar una entrevista entre una mujer a la que llamaremos Bernardo de Claraval- puesto que decide de manera inteligente permanecer oculta y no someterse a los dictos del ego-  y Marisol acerca del feminismo today. Sus problemas, mutaciones, cambios y posibles escenarios. Elijan un buen tanga —ustedes, hombres, también, no me miren así— y lean, lean y actúen en consecuencia.
«Estoy harta de encontrarme con prejuicios dentro del propio feminismo hacia mujeres que llevamos los labios pintados de rojo o no tenemos cresta punk»
Marisol Salanova. Foto de Rai Robledo.

 

—Veamos. Las feministas más visibles en la esfera pública occidental están buenas. Ha habido un cambio en la estética de la guerrillera –¿dónde están las antiguas bolleras camioneras? Y mil gaviotas, ¿dónde irán?– y ahora todas lucen pechos turgentes –síndrome FEMEN– , vestiditos monos de florecillas, labios carmesí y taconazos. ¿Estamos volviendo al feminismo de la diferencia, esa corriente biologicista que se enorgullece y fomenta lo femenino? ¿No hay cierta inconsistencia en que hable del empoderamiento femenino alguien que reproduce punto por punto la estética heteropatriarcal euroamericana, esgrimida no obstante desde la excusa de la elección propia de este estereotipo? Entenderás que me provoque náuseas que tipos como Vanity Dust puedan hacerse pajas con fotos de las que se hacen llamar feministas hoy en día. ¿Ya no gustan, ni siquiera dentro del gueto, los sobacos peludos? 
—Gustan los sobacos peludos y gustan las barbas, Bernardo de Claraval, pero no hay que imponerlas. Que el estereotipo de feminista se resquebraje me parece estupendo, estoy harta de encontrarme con prejuicios dentro del propio feminismo hacia mujeres que llevamos los labios pintados de rojo o no tenemos cresta punk. Yo misma me he visto discriminada en este sentido más de una vez y no soy la única. Por otra parte, más allá de si las ucranianas FEMEN se maquillan o no, buscan la fama o defienden intereses comunes a los tuyos y los míos, lo que me preocupa es que se aventuren a conjeturar sobre la situación de las mujeres árabes desde una más que evidente distancia ontológica.
—Hace ya tiempo leí algo cataclismático, casi una pregunta retórica, en el Tumblr de bad-dominicana (increíble mujer y catedrática del auténtico feminismo combativo, esto es: el de clase y de raza): si una se considera feminista y proclama orgullosamente su militancia, ¿hasta qué punto hay que dejar de lado la preferencia afectivo-sexual personal y dedicarse únicamente a aquellas prácticas que son verdaderamente feministas, i.e. a las no heteropatriarcales y no heterosexuales? Se me ocurren tantos ejemplos: desde la que disfruta de la humillación en la cama –sólo es un rol, CLARO– hasta la que, predicando las bondades y excelencias del amor libre o la poligamia, lleva diez años metida en una relación monógama heterosexual. ¿Dónde está ese ser lesbiana que nos enseñaron las pioneras?
—Está en el mismo lugar en donde podrás encontrar al espíritu anticapitalista del que viaja por el mundo alojándose en casas okupa, luchando contra el sistema, mientras en realidad vive de rentas patrimoniales venidas de la especulación inmobiliaria. Estoy pensando en casos concretos que conozco, no es una hipótesis. Pues con el feminismo ocurre que también existe cierta hipocresía o más bien cinismo. No hay una manera correcta, obligatoria y única de ser feminista, tras muchas luchas hoy tenemos la libertad de elegir cómo trabajar por las causas feministas. Respecto al poliamor me parece que las personas que quieren convivir entre ellas como “pareja expandida” a menudo han pasado anteriormente por la experiencia monógama, así que están al tanto de lo que conllevan ambas opciones. En cualquier caso pretender que se imponga una tendencia u otra sería como tratar de que todos fuéramos gay o hetero; un sinsentido.

«No me gustan las categorizaciones, por eso siento especial simpatía por la teoría queer»

—Diferencias entre los feminismos –institucional, mainstream-moderno, radical–. Y dónde te encuadrarías tú en todo este embrollo. Vigencia y validez de las políticas institucionales, desde ese Ministerio de Igualdad que tuvimos hasta el giro anti-medicalización (curiosamente, teorizado desde las profesiones sanitarias) de lo trans, pasando por el Día del Orgullo Gay. ¿Hay algo aprovechable en ello? 
—Algo que me parece profundamente relevante en materia de igualdad y que ha sucedido estos últimos años es el movimiento por la despatologización trans. Ahí las políticas institucionales se han visto interpeladas por una plataforma que ha creado la Guía de Buenas Prácticas para la atención sanitaria de las personas trans con el objetivo de modificar el conjunto de normas sociales que dificultan su vida cotidiana. Conmemoraciones como la del Día del Orgullo Gay hacen que estos asuntos tengan visibilidad, por lo tanto es importante que se sigan celebrando. Habría que hablar en todo caso de “feminismos”, en plural. No obstante, el transfeminismo es la corriente feminista actual que más me interesa porque incluye a las mujeres trans en su lucha.
—Hombres feministas: ¿existen? Sí o no y dónde. ¿Son permisibles ciertas conductas masculinas si vienen amparadas por un bagaje sociocultural de años, al menos hasta que a los pobres se les enseñe cómo es la forma correcta de ser feminista? ¿Se puede enseñar el feminismo a alguien que, de facto, no es un damnificado de la sociedad heteropatriarcal y que no parece querer comprender la necesidad de los grupos exclusivamente femeninos? ¿Se debe enseñar, en el caso de poderse? ¿Merece la pena realizar un esfuerzo que podría destinarse a otros asuntos de interés propio? Beneficios de la comunidad exclusivamente femenina para el trabajo feminista. ¿Qué piensas de los grupos de seguridad, del coñego? ¿Qué piensas de la reticencia de algunas a incluir a los tíos en los debates y prácticas feministas?
—Haber nacido con un pene entre las piernas no impide en absoluto ser feminista. De hecho, el feminismo tiene mucho trabajo por delante y las problemáticas que lo atañen requieren que toda la sociedad se implique, sobre todo los hombres heterosexuales (por cierto no son los únicos que tienen pene pero sí los que peores cosas han hecho con él). Si todos los hombres hetero se sensibilizaran con el feminismo estoy segura de que habría menos violencia de género y menos violaciones. Así que sí, me parece una cuestión en la cual la educación es clave y merece que todos hagamos un esfuerzo.

«Negar a los hombres la entrada en el debate feminista provoca que se nos acabe desacreditando bajo el sello feminazi y no lleva a atajar los problemas mencionados»

—¿Cuál es la vigencia de la semiótica en todo este asunto? ¿Seguimos queriendo ser reconocidas como mujeres a la vez que como feministas? La ilustrísima Elisa G. McCausland ha dicho en más de una ocasión: YO NO SOY UNA MUJER –tras lo cual nos abrazamos y seguimos bebiendo y comiendo sushi, emocionadas hasta las lágrimas por esta compenetración–. ¿Es la mujer la codificación sociosimbólica de los valores afectivos y hogareños, de la sumisa, de la obediente, de la incapaz, de la maltratada, de la silenciosa, de la paciente, de todas esas cosas que se ha dado en llamar “valores femeninos” y que tan a rancio huelen? ¿O ha cambiado el régimen hacia una clasificación no binomial de las cosas y ahora puede mujer connotar un abanico más amplio de significados? ¿Alguien ha leído a Butler? 
—Me preguntas esto a escasos minutos de que haya posteado en mi muro de Facebook una foto en la que aparezco con dos añitos agarrando un camión rosa de juguete. Mi pareja, que tiene casi un par de décadas más que yo, me hace saber que durante su niñez hubiera sido imposible encontrar un camión de juguete fabricado en ese color. Al ser un elemento masculino se asociaba a colores como el azul o el verde. En la foto visto un peto rojo, sospecho que mi madre ya intentó llevar a cabo un proceso educativo diferente. Cuando vuelvo la mirada hacia atrás aprecio sus pequeños gestos subversivos en aquel ambiente machista y violento fomentado por mi padre. Recuerdo cómo afrontaba mis preguntas al volver del colegio de monjas con la cabeza hecha un lío sobre la virgen y el espíritu santo. Recuerdo haberme preguntado ya entonces si yo era una mujer. Luego vendrían a mi estantería Virginia Woolf, Simone de Beauvoir y Judith Butler como las tres hadas buenas que ayudan a La bella durmiente en el imaginario de Disney. No me cabe la menor duda de que el abanico de significados de la palabra mujer se ha ido ampliando y la dicotomía masculino/femenino se va, poco a poco, superando. Soy optimista respecto al futuro.
¿Quieren leer la intro del libro? There we go.

—Para terminar: ¿qué piensas tú del epílogo crítico a tu libro? Con sinceridad.

—Cuando escribí Postpornografía me pareció buena idea que su publicación incluyese una réplica en forma de epílogo para estimular el debate y huir del dogmatismo. La aportación de Ernesto Castro en ese sentido ha sido esencial. Mi ensayo plantea una serie de preguntas y sus posibles respuestas a partir de una mirada crítica, pero a la vez suscita muchas otras que quedan abiertas a una reflexión posterior. Ernesto ejerce de abogado del diablo con mucho humor al asumir la postura del heterogañán típico con el que tiene que lidiar el feminismo sí o sí cada día. Como contrapunto su texto es perfecto y a mí el tono jocoso no me molesta. Sin embargo, he recibido críticas de mis propias compañeras feministas por darle voz y considero que están en un error si orientan su discurso sólo hacia ellas mismas. Quien necesita con mayor urgencia ponerse a pensar sobre estos temas es el hombre que Ernesto retrata en su texto, con él se debe dialogar para llegar a un entendimiento. Corremos el riesgo de quedarnos en la burbuja feminista escribiendo manifiestos y repartiéndolos entre nosotras de espaldas al mundo.
Bernardo de Claraval,entrevistadora.
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